Experiencias que debes vivir en Bolivia

Bolivia tiene un reto para los viajeros que visitan cada rincón del país. Picos de 6.000 metros en los Andes; algunas de las carreteras más peligrosas del mundo; abismos perfectos para sobrevolar el parapente; densas selvas repletas de animales exóticos, o salares y altiplanos desoladores que requieren aclimatarse previamente para ser explorados.
Lo descubrimos a través de algunas experiencias viajeras realmente imposibles de perder.
Contemplar el Salar de Uyuni
Escenario estrella de cualquier viaje a Bolivia, este paisaje que parece de otro mundo asegura fotos originales y una de las estampas más curiosas e impresionantes que se pueden ver en nuestro planeta. Ubicado en el extremo suroeste del país, Uyuni es el mayor salar del mundo (12.106 kilómetros cuadrados) y dibuja un desolador paisaje desértico a 3.653 metros de altitud. Cuando está seco transmite el vacío más absoluto: cielo azul y suelo blanco. En la época de lluvias, cuando acumula cierto caudal de agua, la superficie refleja las nubes y el cielo del Altiplano como si fuese un espejo, y el horizonte desaparece; un momento mágico.
Navegar en el lago Titicaca
El lago Titicaca, una enorme masa de agua de 8.400 kilómetros cuadrados a 3.808 metros de altitud entre Bolivia y Perú, invita a surcar sus aguas. Por ejemplo, hasta la boliviana isla del Sol, considerada el lugar donde nació la civilización inca. Entorno a este inmenso lago, todo pasa a un segundo plano: desde los poblados aimaras hasta las cumbres heladas de la Cordillera Real. Su singularidad y energía hacen que no se pueda apertar la vista del agua.
Viajar a la época preincaica en Tiahuanaco
El principal yacimiento arqueológico de Bolivia se puede visitar en una excursión desde La Paz. Aunque no es demasiado impresionante, invita a dejar volar la imaginación a partir de buenas informaciones sobre la historia del lugar. Pese a carecer de la magia y el prestigio de otras ruinas como Machu Picchu o Tikal, este yacimiento preincaico tiene su atractivo. Especialmente durante el solsticio de invierno, cuando acoge una celebración masiva (citas que se repiten en solsticio estival y los equinoccios).
Explorar Madidi y Amboró
Entre las carreteras antigua y nueva que conducen a Cochabamba, se encuentra una de las zonas protegidas con mayor biodiversidad y, por suerte, más accesibles de Bolivia: el parque nacional de Amboró, donde el río Amazonas riega el polvoriento Chaco y las tórridas tierras bajas se encuentran con la refrescante serranía. El paisaje, la fauna y la ayuda de las agencias locales lo convierten en un territorio a explorar, partiendo del pueblo de Buena Vista. El parque tiene dos zonas muy diferentes: la norte, amazónica y más cálida, y la sur, con temperaturas más frescas.
Descubrir la historia de Chiquitania
Desde finales del siglo XVII, los jesuítas fundaron reducciones en las tierras bajas del este de Bolivia. Levantaron iglesias, crearon granjas e instruyeron a los indigenas en agricultura, música y técnicas artesanales a cambio de su conversión y su trabajo. Hoy se conservan estos enclaves barrocos y coloniales, en mejor o peor estado, e invitan a una ruta muy especial desde Santa Cruz por la llamada Chiquitania.
Visitar Sucre, la bella
Todos dicen que Sucre es la ciudad más bonita de Bolivia. Resplandeciendo bajo el sol andino, es la cuna de la nación y una mezcla heteróclita de lo viejo y lo nuevo; uno puede pasar los días recorriendo edificios históricos y museos, y las noches disfrutando de su famosa vida nocturna.
De compras (y curanderos) en La Paz
Los mercados de La Paz son tan demenciales, pintorescos, caóticos y extraordinarios que uno termina por pasar al menos unas cuantas tardes deambulando de puesto en puesto. Hay secciones de comida, de brujería, secciones donde comprar cámaras robadas, de pipas y poliestireno –con las formas y colores más inverosímiles– y puestos de frutas, flores y pescados que provocan una sobrecarga olfativa. Entre los mercados, el más curioso es el de la Hechicería, en el que más que artículos de brujería, se pueden ver hierbas medicinales y remedios populares, además de algún ingrediente menos ortodoxo destinado a invocar a los espíritus aimaras.
Senderismo en la Cordillera Real
Se pueden seguir los pasos de los incas por las muchas rutas que zigzaguean desde los Andes hasta la cuenca del Amazonas, atravesando la Cordillera Real, al norte de La Paz. Estas caminatas, de entre 4 y 14 días, no son sencillas, pero cada paso (y cada ampolla) merecen la pena. Por el camino surge la oportunidad de comer junto a familias indígenas, refrescarse en cascadas y conectar con la Pachamama (Madre Tierra) en lo más profundo de su verde reino. Desde La Paz, muchas agencias organizan rutas y escaladas de diferentes dificultades a sus picos. Por ejemplo, ascensos para montañeros con poca experiencia (entre 2 y 3 días) al cercano Huayna Potosí (6.088 metros) o, para los más expertos, escaladas al monte Illimani (6.462 metros) en salidas de 4 o 5 días. Hacia el sur, también se pueden contratar ascensos al Sajama (6.542 metros) o al volcán Parinacota. Para excursiones de un día por libre, se puede ir al valle de la Luna, el valle de las Ánimas o a la Muela del Diablo. Con guías y más tiempo, se puede llegar hasta el valle de Hampaturi o al parque nacional Cotapata.
Rodearse de plata en Potosí
Es la ciudad más alta del mundo, asentada sobre una tierra cargada de la plata que financió el imperio español durante siglos; un hallazgo que compensó no dar nunca con el mito El Dorado. La ciudad fue fundada en 1545, en cuanto de descubrió el mineral, y aunque las minas son hoy casi improductivas y la ciudad padece un largo declive económico, los restos de su opulento pasado pueden verse aún en los resquebrajados ladrillos de las casas e iglesias del período colonial.
Tres novedades: Samaipata, Tupiza y Tarija
Junto a los destinos más o menos clásicos de Bolivia, tres localidades que empiezan a figurar en los circuitos de viajeros independientes. El primero, Samaipata, en los alrededores de Santa Cruz, un adormecido pueblo –ahora muy cosmopolita– que se ha convertido en uno de los principales puntos de la llamada Ruta del Gringo, al este de Bolivia. Mientras conserva su relajado ambiente de pueblo de montaña, recibe cada vez más visitantes (y más restaurantes de calidad) en sus calles, atraídos por las cercanas y místicas ruinas preincaicas de El Fuerte, así como las excursiones de un día a parajes cercanos de extraordinaria belleza natural.