Coyuntura

Austeridad expansiva: el desafío económico que definirá el rumbo del próximo Gobierno de Bolivia

El país atraviesa una de las coyunturas económicas más complejas de las últimas décadas. Con un déficit fiscal creciente, una moneda presionada por la falta de divisas y una economía en recesión técnica, el próximo Gobierno asumirá el poder con una tarea monumental: estabilizar las finanzas públicas sin asfixiar la producción nacional. En este contexto, el debate gira en torno a la llamada austeridad expansiva, una estrategia que, bien ejecutada, podría transformar la crisis actual en una oportunidad de crecimiento sostenido.

El punto de partida no podría ser más desafiante. El déficit fiscal de 2024 superó los Bs 32.200 millones, equivalente al 8,67 % del PIB, financiado principalmente por la emisión monetaria del Banco Central respaldada en activos de baja calidad. Este mecanismo, lejos de resolver el desequilibrio, alimentó la inflación, deterioró las reservas internacionales y debilitó el valor del boliviano. A su vez, la escasez de dólares generó un mercado paralelo con una devaluación cercana al 100 % respecto al tipo de cambio oficial, lo que profundizó la incertidumbre y paralizó la inversión.

“El déficit fiscal superó los Bs 32.200 millones, un nivel que amenaza la estabilidad macroeconómica del país.”

Los efectos de esta crisis se reflejan en la economía real: caída en las importaciones de bienes de capital, dificultades para acceder a combustibles e insumos, y una contracción generalizada del crédito. Sectores estratégicos como la construcción, la minería y el comercio presentan retrocesos notables frente a los niveles de producción previos a la pandemia. La pérdida de confianza también impacta al sistema financiero, donde los depósitos a la vista disminuyeron en Bs 4.000 millones, forzando a los bancos a adoptar políticas de liquidez más estrictas.

Frente a este panorama, el economista Carlos Aranda plantea que la austeridad debe convertirse en el eje de la política económica del nuevo Gobierno. Esta postura encuentra sustento en las ideas del reconocido académico Alberto Alesina, quien sostenía que la austeridad, aplicada con credibilidad y disciplina, puede tener efectos expansivos en la economía. Según Alesina, una política fiscal seria puede revertir las expectativas negativas y restaurar la confianza de los inversionistas, siempre que se perciba como un esfuerzo estructural y no como un simple ajuste temporal.

La clave está en el componente psicológico del mercado. Cuando los agentes económicos anticipan más impuestos, inflación o un eventual default, retraen sus decisiones de inversión y consumo. Pero si un Gobierno demuestra compromiso con la estabilidad fiscal —reduciendo el gasto público improductivo, eliminando subsidios distorsivos y corrigiendo desequilibrios cambiarios—, la confianza puede reactivarse, impulsando la inversión privada y, con ella, la actividad productiva.

Otro desafío ineludible es el ajuste cambiario. La coexistencia de dos tipos de cambio —uno oficial y otro paralelo— ha generado una distorsión que amenaza la liquidez del sistema financiero. La eventual unificación del tipo de cambio, aunque necesaria, implicará riesgos. Un reconocimiento del valor del dólar paralelo podría detonar una corrida de depósitos, mientras mantener un tipo fijo sobrevalorado seguiría presionando las reservas. La solución, según expertos, pasa por un plan de transición gradual acompañado de financiamiento externo y medidas de contención para proteger el sistema bancario.

“La austeridad expansiva no es un castigo, sino una estrategia para reconstruir la confianza y atraer inversión.”

El próximo Gobierno enfrentará una elección decisiva: continuar con políticas expansivas basadas en el gasto público o adoptar una senda de austeridad inteligente que restablezca la estabilidad macroeconómica. La austeridad expansiva no significa simplemente recortar; implica reordenar, priorizar y reconstruir la confianza en la gestión económica.
Como advirtió Alesina, el éxito no depende de si se aplica un ajuste, sino de cómo se aplica. Un plan creíble, transparente y orientado al crecimiento puede convertir la disciplina fiscal en un motor de expansión, devolviendo al país la estabilidad y el dinamismo perdidos. En un entorno de incertidumbre y desequilibrios, esa será la verdadera prueba de liderazgo del próximo Gobierno

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