Coyuntura

Bolivia con la paradoja de una clase media en la informalidad

Durante las últimas dos décadas, Bolivia experimentó un avance significativo en términos de ingresos y reducción de la pobreza. Muchos hogares lograron ascender a la categoría de clase media, lo que en teoría debería consolidar un motor de estabilidad social y desarrollo económico. Sin embargo, este logro convive con una paradoja evidente en la cual la mayoría de los trabajadores bolivianos siguen atrapados en la informalidad, lo que debilita los cimientos de esa nueva clase media y expone la fragilidad del modelo económico.

El crecimiento sostenido de los ingresos medios en el país, aunque notable, comienza a mostrar señales de agotamiento. Este fenómeno evidencia que, si bien se amplió el número de familias que pueden considerarse de “clase media”, no se produjeron transformaciones estructurales en el mercado laboral ni en la protección social que les garantice estabilidad a largo plazo.

La expansión de la clase media ha sido un logro importante, pero su permanencia depende de reformas estructurales que reduzcan la informalidad y fortalezcan la protección social.

A diferencia de economías con estructuras más diversificadas y mercados formales robustos, en Bolivia gran parte de esta nueva clase media depende de empleos inestables, sin seguridad social ni protección frente a crisis económicas. En consecuencia, cualquier shock externo —como una pandemia, una recesión o un desastre natural— puede devolver a miles de hogares a condiciones de vulnerabilidad.

El mercado laboral boliviano sigue dominado por la informalidad: más del 70% de los trabajadores carecen de acceso a beneficios básicos como seguridad social, seguro de salud o derechos laborales garantizados. Este fenómeno no solo limita las oportunidades individuales de ascenso social, sino que también restringe la capacidad del país para consolidar un desarrollo sostenible.

Un ejemplo concreto se observa en sectores como el comercio minorista y los servicios urbanos, donde muchos bolivianos generan ingresos suficientes para cubrir el consumo inmediato, pero sin aportes a la seguridad social ni ahorros para el futuro. Esto provoca que, pese a percibir ingresos “de clase media”, vivan en un terreno inestable, sin redes de protección que aseguren la permanencia de su estatus socioeconómico.

La ausencia de un sistema de protección sólido genera un círculo de fragilidad. Las familias bolivianas, aunque logren mejorar sus ingresos, carecen de capacidad de planificación a mediano y largo plazo. La falta de formalización laboral significa que cualquier crisis puede borrar de un día para otro los avances conseguidos, profundizando desigualdades y limitando el potencial colectivo del país.

Más allá del impacto económico, esta realidad también tiene consecuencias sociales y políticas. Una clase media vulnerable, que no logra consolidarse, es más susceptible a la frustración y la desconfianza en las instituciones, lo que puede erosionar la cohesión social y la estabilidad democrática.

La mayoría de los trabajadores bolivianos siguen atrapados en la informalidad, lo que debilita los cimientos de esa nueva clase media y expone la fragilidad del modelo económico.

La experiencia boliviana muestra que el crecimiento económico, por sí solo, no garantiza progreso sostenible. La expansión de la clase media ha sido un logro importante, pero su permanencia depende de reformas estructurales que reduzcan la informalidad y fortalezcan la protección social.

Si el país logra avanzar hacia un modelo más inclusivo, donde los trabajadores tengan acceso a empleo formal y seguridad social, esa clase media podrá consolidarse como verdadero motor de desarrollo y estabilidad. De lo contrario, seguirá siendo vulnerable a retrocesos, atrapada en la paradoja de tener ingresos medios sin garantías reales de bienestar futuro.

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