Coyuntura

Bolivia frente a su realidad económica: del espejismo de la estabilidad al impacto de la escasez de dólares

Durante años, Bolivia sostuvo una aparente estabilidad macroeconómica respaldada por exportaciones vigorosas, subvenciones estatales y reservas internacionales sólidas. Sin embargo, este modelo comenzó a mostrar fisuras preocupantes en los últimos años. Hoy, el país enfrenta una crisis económica estructural, marcada por el colapso de las reservas internacionales, un mercado cambiario desdoblado, y una creciente incertidumbre tanto en el sector productivo como en el financiero. Esta situación, lejos de ser transitoria como se intentó comunicar inicialmente, revela un deterioro más profundo y sistémico.

El modelo económico boliviano ha estado fuertemente anclado en el desempeño de las exportaciones de materias primas. Sin una diversificación productiva significativa, la economía se volvió altamente vulnerable a los ciclos internacionales. La caída de las exportaciones no solo redujo la entrada de divisas, sino que afectó directamente al balance fiscal del Estado. Menores ingresos implicaron una menor capacidad para sostener el gasto público, especialmente en subvenciones y programas sociales. Este desbalance se tradujo en un creciente déficit fiscal, que terminó impactando también en el frente externo.

Las reservas internacionales comenzaron a caer estrepitosamente, situación que se hizo más visible entre finales de 2022 y principios e 2023.

Uno de los síntomas más evidentes de esta crisis fue la fuga de capitales. Solo en 2019, en el contexto de las elecciones, el sistema financiero y el Banco Central perdieron alrededor de 3.000 millones de dólares. Este drenaje de divisas continuó en los años siguientes, dejando a las entidades financieras con menos respaldo para operaciones en moneda extranjera. Las reservas internacionales comenzaron a caer estrepitosamente, situación que se hizo más visible entre finales de 2022 y principios de 2023.

En respuesta, el gobierno intentó contener esta caída a través de medidas paliativas, muchas de ellas legislativas. Sin embargo, estas acciones no lograron frenar la pérdida de confianza ni la salida de dólares del sistema. Los bancos comenzaron a restringir el retiro de depósitos en divisa extranjera, obligando a muchos ciudadanos a buscar alternativas fuera del sistema formal.

Hoy, reponer un equipo o una máquina implica un esfuerzo económico mucho mayor que en años anteriores.

El mercado cambiario se desdobló: mientras el tipo de cambio oficial se mantenía relativamente estable, en el mercado paralelo el dólar alcanzaba cifras récord. A inicios de 2024, en algunos canales digitales y financieros no oficiales, el dólar superaba los 15.000 bolivianos, e incluso llegaba a comisiones de más del 17% para operaciones de transferencia internacional.

Durante el 2023, muchos empresarios mantuvieron precios esperando que la crisis fuese transitoria, acumulando inventarios que protegían temporalmente sus márgenes. Pero al agotarse esos stocks, el golpe inflacionario fue inevitable. El aumento en los costos de reposición de maquinaria y productos importados, junto con la pérdida del poder adquisitivo de las familias, generó una contracción simultánea de oferta y demanda.

Uno de los efectos más corrosivos de esta situación es el cambio en los precios relativos entre el capital y el trabajo. Hoy, reponer un equipo o una máquina implica un esfuerzo económico mucho mayor que en años anteriores. En términos simples, los activos cuestan más, y el trabajo rinde menos.

Este fenómeno impacta tanto a empresarios como a trabajadores: mientras los márgenes se reducen, los salarios pierden valor real. Una botella de gaseosa, por ejemplo, puede haber subido un 10% en bolivianos, pero en dólares representa una caída significativa, lo que refleja una pérdida de riqueza generalizada.

Otro componente crítico es la falta de acceso a datos confiables. Con un sistema estadístico debilitado y sin cifras oficiales actualizadas, tanto empresarios como hogares toman decisiones a oscuras. Ante esta opacidad, algunas iniciativas privadas, como la Liga de Cuatro Bancos, comenzaron a elaborar sus propios indicadores, monitoreando el tipo de cambio en 76 casas de cambio y puntos fronterizos.

Esta ausencia de transparencia agrava la incertidumbre, pues sin información precisa, las estrategias de adaptación se vuelven erráticas o conservadoras, afectando la recuperación y la inversión.

Lo que comenzó como una caída en las exportaciones y reservas, hoy se manifiesta como una crisis cambiaria, fiscal, financiera y de confianza.

El sistema financiero enfrenta múltiples amenazas. Por un lado, la caída de ingresos y márgenes reduce la capacidad de pago de empresas y familias, aumentando el riesgo de morosidad. Por otro lado, las restricciones impuestas a las tasas de interés limitan la capacidad de los bancos para captar recursos frescos y ofrecer créditos competitivos.

En este contexto, quienes acceden a financiamiento en dólares o bolivianos pueden considerarse privilegiados, pues el crédito se ha vuelto escaso y selectivo. Las entidades bancarias enfrentan un dilema entre sostener su liquidez y mantener la solvencia en un entorno de creciente incertidumbre.

Bolivia atraviesa un momento económico crucial. Lo que comenzó como una caída en las exportaciones y reservas, hoy se manifiesta como una crisis cambiaria, fiscal, financiera y de confianza. La noción de que la situación era transitoria postergó reacciones necesarias y profundizó los efectos.

El desafío ahora es doble: recuperar la estabilidad perdida sin recurrir a parches temporales, y reconstruir la confianza en un sistema que ha demostrado ser más frágil de lo que se creía. Para lograrlo, será fundamental un liderazgo claro, políticas coherentes y, sobre todo, un compromiso real con la transparencia y la sostenibilidad.

Gabriel Espinoza – Economista

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