Cómo Perú transformó uno de los desiertos más áridos en un centro agrícola y el debate detrás de su boom agroexportador

Durante las últimas décadas, Perú ha protagonizado una de las transformaciones agrícolas más sorprendentes de la región: convertir extensas zonas del desierto costero en escenarios fértiles para el cultivo de frutas de exportación. Regiones como Ica —antaño definidas por la sequedad y la arena— hoy albergan miles de hectáreas de uvas, arándanos, paltas, mangos y espárragos que abastecen a algunos de los mercados más exigentes del mundo.
Este proceso ha posicionado al país como un actor clave en el comercio global de alimentos. Perú es actualmente el mayor exportador mundial de uvas de mesa y arándanos, una fruta que prácticamente no se producía localmente antes de 2008. Su capacidad para cultivar a gran escala en épocas en las que el Hemisferio Norte atraviesa condiciones climáticas adversas ha consolidado su papel como proveedor estratégico para Estados Unidos, Europa, China y otros destinos.
Sin embargo, detrás de esta historia de éxito económico surgen preguntas inevitables: ¿quién gana realmente con este modelo?, ¿qué consecuencias trae para las comunidades locales?, ¿es sostenible seguir expandiendo cultivos intensivos en agua en medio de un desierto?
El origen del auge agroexportador
El punto de partida se remonta a la década de 1990, cuando el gobierno de Alberto Fujimori impulsó reformas liberalizadoras para reactivar una economía golpeada por la crisis e hiperinflación. La reducción de barreras arancelarias, la apertura a la inversión extranjera y la simplificación administrativa generaron condiciones atractivas para sectores con potencial exportador.
Es el reto que enfrenta todo el Perú agroexportador: mantener un sector económico vibrante sin comprometer el futuro de las comunidades.
Inicialmente, la atención se centró en la minería, pero con el tiempo surgió un grupo empresarial que vio oportunidades en un campo poco desarrollado: la agroexportación. No obstante, la voluntad política y las leyes favorables no eran suficientes por sí solas. La agricultura peruana había enfrentado históricamente dificultades por la baja fertilidad de la Amazonía y la topografía accidentada de los Andes, dejando al desierto costero como un territorio poco explorado.
Fue necesaria la llegada de grandes inversionistas privados —menos reacios al riesgo que los pequeños agricultores— para impulsar innovaciones como el riego por goteo y megaproyectos de irrigación. Estas infraestructuras resolvieron el principal obstáculo: la falta de agua. De pronto, una zona inhóspita se convirtió, con el acceso hídrico adecuado, en un “invernadero natural”, con condiciones climáticas ideales para cultivos de alto valor y casi sin presencia de plagas.
La incorporación de variedades genéticas adaptadas —como las que permitieron cultivar arándanos de forma rentable— amplió aún más las posibilidades. Según estimaciones académicas, la superficie cultivable del desierto costero aumentó alrededor de un 30%, un crecimiento que transformó regiones como Ica y Piura en polos agroindustriales de gran escala.
Impacto económico: crecimiento acelerado y nuevas oportunidades
El desempeño económico ha sido considerable. Entre 2010 y 2024, las exportaciones agrícolas crecieron a un ritmo anual promedio de 11%, alcanzando un récord de US$9.185 millones en 2024. Solo en ese año, el sector representó el 4,6% del PIB nacional, frente al 1,3% de 2020, según la Asociación de Exportadores (ADEX).
Estudios recientes revelan que la agroindustria actuó como motor de desarrollo local, generando empleo formal donde antes predominaba la informalidad y elevando los ingresos promedio de muchos trabajadores. Incluso varias familias de pequeños agricultores encontraron nuevas fuentes de estabilidad laboral gracias a las grandes plantaciones.
Pero este crecimiento no se distribuye de manera equitativa. Los pequeños productores independientes enfrentan problemas para retener mano de obra debido al aumento de salarios en las grandes empresas, y también tienen dificultades para acceder al agua que requieren sus cultivos. Como consecuencia, muchos han optado por vender sus tierras a corporaciones agroexportadoras, lo que modifica la estructura de propiedad y desplaza prácticas agrícolas tradicionales.
El punto crítico: el agua en disputa
El debate que hoy atraviesa el sector tiene un eje central: el agua. En regiones extremadamente áridas como Ica, donde las precipitaciones son casi inexistentes, el abastecimiento depende en gran medida de acuíferos subterráneos y de trasvases provenientes de zonas altoandinas como Huancavelica.
Mientras numerosos asentamientos humanos dependen de camiones cisterna para cubrir sus necesidades básicas, los grandes fundos exportadores cuentan con pozos privados y acceso preferente a sistemas de riego tecnificado. Esto ha generado tensiones crecientes con las comunidades locales y ha alimentado las denuncias de desigualdad en el acceso al recurso.
Pese a que desde 2011 la Autoridad Nacional del Agua (ANA) estableció medidas de fiscalización ante la evidente sobreexplotación del acuífero, los niveles freáticos continúan descendiendo. Algunos agricultores señalan que, mientras antes bastaba excavar cinco metros para hallar agua, ahora deben perforar hasta 100. Las denuncias por supuestos pozos no autorizados o por la falta de transparencia en inspecciones oficiales alimentan aún más la polémica.
Perú es actualmente el mayor exportador mundial de uvas de mesa y arándanos, una fruta que prácticamente no se producía localmente antes de 2008.
La situación también alcanza a cultivos emblemáticos como la uva destinada al pisco, cuya producción requiere grandes volúmenes de agua. Para algunos especialistas, exportar frutas altamente demandantes de agua equivale, en la práctica, a exportar el recurso hídrico del país.
Un futuro desafiante para la agroexportación peruana
El auge agroindustrial ha generado riqueza, empleo y prestigio internacional, pero también ha expuesto un dilema urgente: cómo equilibrar un modelo intensivo y lucrativo con la sostenibilidad ambiental y las necesidades básicas de la población.
En Ica —y en la mayoría del litoral agrícola— la discusión sobre el agua se vuelve más intensa con cada elección, pero las soluciones estructurales aún no llegan. Expertos advierten que, si no se garantiza un uso responsable del recurso y un reparto equitativo entre industria, población y ecosistemas, la prosperidad del sector podría ser insostenible a largo plazo.
El desafío, en esencia, no es solo local. Es el reto que enfrenta todo el Perú agroexportador: mantener un sector económico vibrante sin comprometer el futuro de las comunidades ni la viabilidad de los propios cultivos que hoy sostienen la economía.
