¿Estamos viviendo la burbuja definitiva de la inteligencia artificial?

Desde el lanzamiento de ChatGPT en 2022, la inteligencia artificial (IA) ha pasado de ser una promesa tecnológica a convertirse en el centro de la conversación global. Las inversiones multimillonarias, el auge de startups especializadas y la narrativa mediática de que “la IA cambiará el mundo” han alimentado una sensación colectiva de euforia. Sin embargo, para algunos economistas, este fenómeno no representa simplemente una tendencia, sino la posible burbuja tecnológica y financiera más grande de la historia moderna.
Inspirados en los modelos desarrollados por los economistas Brent Goldfarb y David A. Kirsch, autores del libro Bubbles and Crashes: The Boom and Bust of Technological Innovation, es posible analizar el actual fervor por la IA bajo una lente crítica. ¿Estamos frente a una verdadera revolución o ante un espejismo económico alimentado por la narrativa y la especulación?
“El 95 % de las empresas que usan IA generativa aún no han obtenido beneficios reales.”
1. La incertidumbre como núcleo de toda burbuja
Toda innovación tecnológica nace con un grado de incertidumbre: promesas, expectativas y una dosis inevitable de desconocimiento. Según Goldfarb y Kirsch, la incertidumbre es la piedra angular de las burbujas tecnológicas. En el caso de la IA, esta incertidumbre se ha multiplicado exponencialmente: las empresas invierten miles de millones en modelos generativos sin tener aún claro cómo convertirlos en negocios sostenibles.
El 95 % de las compañías que adoptaron IA generativa no han obtenido beneficios reales, según un reciente estudio del MIT. Aun así, los capitales siguen fluyendo, impulsados por la idea de que la IA puede reemplazar desde motores de búsqueda hasta procesos industriales completos. El problema: nadie puede afirmar con certeza cuál será el modelo rentable o cuánto tiempo tomará lograrlo.
2. El auge de las empresas “pure play”
Otro factor clásico de burbuja es la aparición de empresas cuyo valor depende completamente del éxito de una única innovación: las llamadas pure play. En el ecosistema de la IA, compañías como OpenAI, Nvidia, Anthropic o CoreWeave son los equivalentes modernos de la RCA o Ford en los años veinte.

La relación simbiótica entre estos gigantes —Microsoft depende de OpenAI, que a su vez necesita los chips de Nvidia— ha creado una red de dependencias que multiplica el riesgo sistémico. En este escenario, una corrección de mercado no solo afectaría a los inversionistas privados, sino también a fondos de pensiones y al ahorro colectivo.
3. Los inversionistas novatos y el efecto manada
Durante la burbuja de las puntocom en el año 2000, millones de inversionistas minoristas se lanzaron a comprar acciones sin comprender a fondo los modelos de negocio. Hoy, la historia parece repetirse. Plataformas como Robinhood o eToro permiten que cualquier persona invierta en acciones relacionadas con IA con solo unos clics.
“La inteligencia artificial marca un 8 sobre 8 en potencial de burbuja, según Goldfarb y Kirsch.”
En 2024, Nvidia fue la acción más comprada por los inversionistas minoristas del mundo, concentrando alrededor de 30 mil millones de dólares en inversión. La facilidad de acceso, sumada al discurso mediático del “futuro inevitable”, ha creado una especie de fiebre dorada digital donde muchos buscan su porción del prometido “nuevo oro tecnológico”.
4. La narrativa de la inevitabilidad
Quizás el elemento más poderoso de esta burbuja sea su narrativa. En los años veinte, la aviación y la radio prometían transformar el mundo; hoy, la IA promete hacerlo todo: curar enfermedades, resolver el cambio climático y automatizar el trabajo humano.
Esta narrativa de omnipotencia tecnológica ha alineado creencias, políticas e inversiones en una dirección casi incuestionable. En palabras de Goldfarb, “la historia de la IA es una buena historia, quizás demasiado buena”. Y como toda historia seductora, corre el riesgo de sustituir la prudencia económica por entusiasmo emocional.

La inteligencia artificial reúne todos los ingredientes clásicos de una burbuja tecnológica: incertidumbre, concentración de inversiones, euforia de nuevos actores y una narrativa poderosa. En la escala propuesta por Goldfarb y Kirsch, la IA marcaría un 8 sobre 8 en potencial de burbuja.
Esto no significa que la IA carezca de valor o de futuro, sino que su desarrollo actual podría estar sostenido más por expectativas que por resultados tangibles. Si la historia económica sirve de guía, cada burbuja trae consigo una corrección inevitable, pero también una transformación duradera. La pregunta no es si la burbuja explotará, sino qué quedará en pie cuando lo haga.
