Gen Z en Silicon Valley: la generación que cambió las fiestas por el código

Silicon Valley está viviendo una metamorfosis cultural. La nueva generación de emprendedores —jóvenes nacidos después del 2000, conocidos como la Gen Z— está redefiniendo lo que significa “darlo todo por una startup”. En lugar del viejo lema corporativo work hard, play hard, su filosofía podría resumirse en tres palabras: sin alcohol, sin fiesta, sin descanso.
El epicentro de esta revolución no está en las fiestas tecnológicas ni en los cocteles de networking, sino en casas compartidas donde los fundadores duermen junto a sus laptops, viven de comida a domicilio y trabajan jornadas que rozan las 90 horas semanales. Es el nuevo rostro del emprendimiento digital: más austero, más intenso y, para muchos, más extremo.
Una cultura de monjes digitales
Lo que antes era una cultura de excesos —como la era millennial de WeWork o las fiestas de Uber— ha mutado hacia un modo de vida casi monástico. Jóvenes programadores y fundadores optan por eliminar cualquier distracción externa, priorizando la concentración y la productividad como pilares de su día a día.
Marty Kausas, un joven emprendedor citado por The Wall Street Journal, confesó haber trabajado tres semanas consecutivas con jornadas de 92 horas. Su historia refleja un patrón: en esta generación, el éxito se asocia menos con la diversión y más con la entrega total al proyecto. El objetivo ya no es construir una compañía que cambie el mundo, sino “ganar el juego de las startups” en el menor tiempo posible.
La lógica es clara: ‘quien duerme, pierde’. Y aunque el mantra suena extremo, refleja la percepción de que el tiempo corre más rápido que nunca en la economía digital.
San Francisco, en consecuencia, se ha convertido en un laboratorio viviente: residencias colectivas donde el trabajo se mezcla con la convivencia, hackathons que duran días y prototipos que se lanzan en cuestión de horas. Es una suerte de “fiebre del oro” tecnológica, donde la recompensa se mide en rondas de inversión y velocidad de ejecución.
Menos alcohol, más enfoque
El cambio no es anecdótico: responde a una tendencia social medible. Según un estudio de Gallup, el consumo de alcohol entre jóvenes estadounidenses de 18 a 34 años alcanzó su nivel más bajo en décadas, cayendo al 54% en 2025. Las razones van desde una mayor conciencia sobre la salud mental hasta el deseo de mantener la claridad y el rendimiento en entornos de alta competencia.
Así, el abstenerse de beber se ha convertido, paradójicamente, en un símbolo de estatus profesional. La sobriedad representa compromiso, disciplina y foco: los nuevos valores que definen a los fundadores de la era de la inteligencia artificial.
De “work hard, play hard” a “build hard”
La generación millennial vivió la fase del exceso: tequila en las oficinas, fiestas en los tech hubs y una cultura de “desbordes” que terminó pasando factura en reputación y productividad. La Gen Z, en cambio, abraza el minimalismo y la hiperproductividad.
Este cambio no es casual. La explosión de la inteligencia artificial generativa ha abierto una “ventana única” que muchos comparan con la irrupción de internet en los 90. Quien logre consolidar una startup de IA hoy podría asegurar una ventaja competitiva casi irrepetible, tanto por el acceso a datos como por la capacidad de cómputo. De ahí la obsesión de los jóvenes fundadores por avanzar sin pausa, incluso a costa de su bienestar personal.
La lógica es clara: “quien duerme, pierde”. Y aunque el mantra suena extremo, refleja la percepción de que el tiempo corre más rápido que nunca en la economía digital.
El costo humano del éxito
No todos celebran esta ética del sacrificio. Expertos en neurociencia y productividad han advertido que la privación crónica del sueño y las jornadas de más de 80 horas semanales pueden afectar la creatividad, la toma de decisiones y la salud mental a largo plazo.
El epicentro de esta revolución no está en las fiestas tecnológicas ni en los cocteles de networking, sino en casas compartidas donde los fundadores duermen junto a sus laptops.
Incluso dentro del propio ecosistema tecnológico surgen voces críticas. Algunos inversionistas argumentan que el romanticismo del “modo monje” puede derivar en burnout colectivo, un fenómeno que Silicon Valley ya vivió en el pasado. La pregunta es si esta nueva cultura está construyendo productos más sostenibles o simplemente repitiendo un ciclo de sobreexigencia con otro rostro.
México y Latinoamérica: inspiración con matices
Mientras tanto, en América Latina el fenómeno inspira, pero no se replica al pie de la letra. En México, por ejemplo, el ecosistema de IA está en plena expansión, impulsado por aceleradoras, meetups y fondos como ALLVP, que apuestan por startups tecnológicas emergentes. Sin embargo, el estilo de trabajo es más diverso y equilibrado.
Los fundadores locales adoptan la disciplina de sus pares californianos, pero sin el culto a la privación. La conversación en la región gira más en torno a cómo acceder al talento, a la infraestructura computacional y a los primeros clientes corporativos, que a vivir sin dormir. La inspiración existe, pero con una lectura más humana y pragmática.
Construir sin quebrarse
La nueva generación de fundadores está redefiniendo el mito del emprendedor. En lugar de fiestas y discursos sobre “cambiar el mundo”, la Gen Z apuesta por el código, la disciplina y la entrega total. Pero la línea entre la ambición y la autodestrucción es cada vez más delgada.
El desafío para Silicon Valley —y para los ecosistemas que lo observan— será encontrar el punto medio entre la intensidad y la sostenibilidad. En un momento donde la inteligencia artificial acelera cada industria, el verdadero diferenciador no será solo quién trabaja más, sino quién logra mantenerse en pie cuando el resto se queme.