No tenemos derecho a equivocarnos

Gary Antonio Rodríguez Álvarez (*)
(*) Economista y Magíster en Comercio Internacional
Hay algo profundamente revelador en la historia económica de Bolivia: prácticamente desde la época de la Colonia, ha dependido de la explotación de recursos naturales extractivos no renovables, llevándola a ser tipificada como un país primario-exportador, como si esa fuera la única identidad posible. Oro, plata, estaño, petróleo, gas, cada ciclo de precios altos prometió prosperidad a los bolivianos, pero lo cierto es que ninguno logró sostenerla en el tiempo.
Son capítulos que dejaron huellas y dolorosas enseñanzas, sí, pero no un camino claro hacia un desarrollo capaz de transformar la vida, tanto de quienes viven en el campo y la ciudad. Es como si la riqueza natural hubiera sido una ventana de oportunidad abierta que nunca aprendimos o nos resistimos a cruzar.
La experiencia internacional es contundente: cuando la economía se apoya en un solo motor -volátil, además- termina atrapada en la fragilidad, condenada a la vulnerabilidad.
“Lo que limita a Bolivia no es la falta de recursos, sino la falta de políticas para transformarlos en desarrollo real.”
Lo que limita a Bolivia no es la falta de recursos, sino la falta de políticas para convertirlos en un cambio productivo y estructural. No es casual que el experto en negocios, Peter Drucker, dijera que “no hay países subdesarrollados, sino, países mal administrados”. La falta de políticas para transformar en bienestar lo que la naturaleza da, produce pobreza.
También pesa la vieja idea de la “maldición de los recursos”, a la que el economista Richard Auty se refirió para explicar, por qué los países que tienen abundantes recursos naturales suelen progresar menos que otros que no tienen esa suerte, no porque estén condenados, sino porque la abundancia mal administrada genera una peligrosa comodidad: el vivir del “rentismo”, aplazar las decisiones difíciles y creer que el viento a favor durará para siempre.
La evidencia es dura: no prosperan más los países que extraen más de la tierra, sino, los que invierten su ganancia en educación, innovación, capital humano calificado e inserción inteligente en mercados externos: esa es la diferencia. Cuando faltan estos cimientos, la riqueza natural es un espejismo, lo promete todo, pero en realidad posterga la industrialización, debilita la productividad y alimenta una dependencia que se transmite de generación en generación.
“No prosperan más los países que extraen más, sino los que invierten en educación, innovación y capital humano.”
Lamentablemente, Bolivia ha tropezado con la misma piedra varias veces. La más reciente fue entre 2004 y 2014, cuando el mundo vivió un ciclo excepcional de precios altos. El país recibió recursos extraordinarios que podrían haber reconfigurado su estructura productiva, pero se eligió otro camino: gastar antes que invertir, importar antes que exportar, consumir antes que innovar. Hubo crecimiento, sí, pero de corto aliento. Pasado el auge, quedaron una economía más informal, un aparato productivo con baja competitividad y un Estado que no aprovechó la mejor oportunidad de modernizarse.
Pero, nada está escrito en piedra, y eso es lo que hoy importa. La economía boliviana muestra ya señales de que puede avanzar por una senda distinta, menos ruidosa, pero más prometedora. Sectores como la agricultura de precisión, la pecuaria de alta genética, la moderna agroindustria, el sector forestal sostenible, el turismo resiliente y los servicios basados en el conocimiento demuestran que no estamos condenados al extractivismo. Son actividades que generan más empleo, usan mejor la tecnología y conectan al país con mercados globales que no solo pagan por volumen, sino, por valor.
Las Exportaciones No Tradicionales son la más clara evidencia de que Bolivia puede competir con calidad, no solo con recursos extractivos, pero para que este cambio cobre fuerza se precisa lo que ha faltado demasiadas veces: reglas claras y estables, seguridad jurídica, buena infraestructura, logística que no encarezca, incentivos reales para invertir, una apertura al mundo basada en inteligencia estratégica y un “Estado facilitador”.
“El agotamiento del ciclo de los hidrocarburos no es un final, sino una invitación urgente a repensar el rumbo.”
El desafío, entonces, no es renunciar a los recursos naturales, sino a usarlos como punto de partida; el gran reto es construir una economía que dependa más del conocimiento que de los recursos de la naturaleza; más, de lo que sabemos hacer, que de lo que yace bajo nuestros pies. Bolivia puede, si quiere, transitar de un modelo rentista a uno competitivo, diversificado, moderno y exportador.
El agotamiento del ciclo de los hidrocarburos no debe verse como un final, sino como una invitación -quizá la última- a repensar el rumbo. El país necesita una estrategia de largo plazo que no dependa del humor político del momento, precisa instituciones modernas y fuertes, una visión compartida público-privada y la convicción de que la productividad y la competitividad no son un lujo.
Si Bolivia logra entender que su verdadera riqueza está en la gente, en su capacidad de aprender, innovar y trabajar, habrá dado el paso decisivo para superar el retraso histórico de su economía. La esperanza de cambio no puede ser ingenua y, no nos podemos equivocar, mejor dicho, no tenemos derecho a equivocarnos, cuando el futuro de nuestros hijos está de por medio…
