Coyuntura

Sistema financiero boliviano: entre la necesidad de sincerar las tasas y el riesgo de perder liquidez

El sistema financiero boliviano atraviesa un momento delicado. Durante más de una década, la política de mantener tasas de interés bajas y controladas buscó incentivar el acceso al crédito y sostener el consumo. Sin embargo, este esquema, que parecía funcional en tiempos de estabilidad, hoy enfrenta una realidad distinta: inflación elevada, devaluación de la moneda y una fuga de depósitos que amenaza con secar la liquidez del mercado.

La gran pregunta es inevitable: ¿puede Bolivia seguir sosteniendo tasas artificialmente bajas sin poner en riesgo la sostenibilidad de su sistema financiero?

En términos simples, la tasa de interés es el “precio del dinero”. Representa la compensación que reciben los ahorristas por ceder temporalmente sus recursos a quienes los necesitan para invertir o financiar proyectos. Este precio debería reflejar tres elementos básicos:

  1. El tiempo: la preferencia de disponer de dinero hoy en lugar de mañana.
  2. El riesgo: la posibilidad de que el préstamo no sea devuelto.
  3. La liquidez: el costo de inmovilizar recursos que podrían usarse de inmediato.

El verdadero reto está en cómo gestionar esa transición: diseñar medidas que acompañen a los sectores más vulnerables y comunicar con claridad que este ajuste no es un castigo, sino un paso necesario para preservar la estabilidad económica del país.

Cuando las tasas se fijan por debajo de lo que dicta el mercado, se genera una distorsión: los ahorristas perciben que guardar su dinero en el banco no es atractivo, mientras que los prestatarios se benefician de créditos más baratos de lo que deberían ser.

La combinación de inflación creciente y tasas nominales rígidas ha derivado en un fenómeno conocido como represión financiera: el rendimiento real del ahorro es negativo. Dicho de otro modo, quien deja su dinero en el banco pierde poder adquisitivo con el paso del tiempo.

Este contexto ha provocado que muchos depositantes retiren sus recursos para proteger su patrimonio en dólares, bienes duraderos o incluso en compras adelantadas de productos básicos. Las cifras hablan por sí solas: entre enero y julio de 2025, los depósitos a la vista cayeron de 33.300 millones a 29.500 millones de bolivianos, un retroceso de casi 12%.

El impacto es doble: menos ahorro disponible para fondear créditos y mayor presión sobre el sistema financiero, que ya enfrenta restricciones para acceder a dólares y financiar al sector público.

El control de tasas, si bien políticamente rentable, se ha convertido en una camisa de fuerza para las entidades financieras. Los bancos están obligados a prestar barato en un entorno donde el dinero es cada vez más escaso y costoso de conseguir.

El dilema es claro: continuar con tasas artificialmente bajas podría ‘matar’ al crédito en el mediano plazo, pero liberarlas traerá efectos recesivos inmediatos.

Si la política no cambia, el mercado corre el riesgo de caer en una espiral peligrosa: menos depósitos, menos liquidez y, eventualmente, una contracción drástica del crédito.

Pero sincerar las tasas tampoco está exento de costos. Dos grupos serían los más golpeados:

  • Deudores con créditos de tasa variable: el alza encarecería las cuotas, afectando su capacidad de pago y reduciendo su poder adquisitivo.
  • Aspirantes a nuevos créditos: comprar una vivienda o financiar un emprendimiento se volvería más difícil, pues los intereses más altos restringirían el acceso al financiamiento.

El dilema es claro: continuar con tasas artificialmente bajas podría “matar” al crédito en el mediano plazo, pero liberarlas traerá efectos recesivos inmediatos.

En contextos similares, otros países de la región —como Argentina en 2018 o Perú durante la crisis inflacionaria de los noventa— optaron por sincerar sus tasas, asumiendo un impacto duro en el corto plazo, pero con la ventaja de recuperar la confianza en el sistema financiero.

La gran pregunta es inevitable: ¿puede Bolivia seguir sosteniendo tasas artificialmente bajas sin poner en riesgo la sostenibilidad de su sistema financiero?

Bolivia enfrenta hoy un dilema parecido. Sincerar las tasas puede ser impopular y costoso políticamente, pero mantener el statu quo amenaza con profundizar las distorsiones y debilitar la capacidad de los bancos para intermediar recursos.

El sistema financiero boliviano se encuentra en una encrucijada histórica. Sostener tasas de interés reguladas y desconectadas de la realidad solo posterga un ajuste inevitable, mientras la fuga de depósitos erosiona la liquidez.

La decisión no es sencilla: sincerar las tasas significará un endurecimiento en el acceso al crédito y un golpe al consumo, pero evitarlo podría derivar en la asfixia definitiva del crédito y la parálisis del sistema financiero.

El verdadero reto está en cómo gestionar esa transición: diseñar medidas que acompañen a los sectores más vulnerables y comunicar con claridad que este ajuste no es un castigo, sino un paso necesario para preservar la estabilidad económica del país.

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