Los costos ocultos del proteccionismo: empresarios estadounidenses enfrentan las consecuencias de los aranceles de Trump

La promesa de revitalizar la industria manufacturera estadounidense fue una de las banderas más poderosas del discurso económico de Donald Trump. Con la implementación de aranceles sobre las importaciones —justificados como una estrategia para “proteger el empleo nacional”—, el expresidente buscaba reactivar las fábricas y devolver los puestos de trabajo perdidos a las comunidades industriales.
Sin embargo, la realidad que hoy enfrentan cientos de empresarios en todo Estados Unidos muestra un panorama muy distinto: costos en alza, márgenes de ganancia reducidos y una incertidumbre creciente sobre el futuro del sector.
De la ilusión del resurgimiento industrial a la dureza del mercado
En ciudades como Fall River, Massachusetts, donde la manufactura fue alguna vez el corazón económico local, los efectos de la política arancelaria se sienten con especial fuerza. La familia Teixeira, propietaria de Accurate Services Inc., representa ese contraste entre esperanza y frustración.
Su empresa, especializada en confecciones médicas de alta calidad para neonatología, vio aumentar el interés de firmas que buscaban producir dentro del país para evitar los nuevos impuestos a la importación. Sin embargo, el entusiasmo se desvaneció ante dos obstáculos: la escasez de mano de obra calificada —agravada por las restricciones migratorias— y la incertidumbre sobre la sostenibilidad de la demanda.
En un mundo interconectado, cerrar las fronteras económicas no garantiza prosperidad.
“Los aranceles son una mala política y, a la larga, nos traerán problemas”, advirtió Frank Teixeira, quien dirige la empresa familiar desde los años setenta. Su experiencia refleja una realidad que se repite en todo el país: las medidas proteccionistas, lejos de fortalecer la industria, han encarecido los insumos y frenado las inversiones.
La factura del proteccionismo
A nueve meses de la entrada en vigor de los nuevos aranceles, el panorama macroeconómico empieza a mostrar grietas. Según datos del mercado laboral, el crecimiento del empleo manufacturero se ha desacelerado notablemente, con una pérdida reciente de más de 12.000 puestos. Las encuestas empresariales, como las realizadas por la Reserva Federal de Dallas, revelan que más del 70% de las compañías del sector ya reportan impactos negativos: costos más altos, beneficios reducidos y menores niveles de producción.
Un caso emblemático es el de Matouk, fabricante de ropa de cama de lujo fundado en 1929. Su director, George Matouk, asegura que los aranceles han incrementado sus gastos en más de US$100.000 mensuales debido al encarecimiento de materias primas como el algodón de India o Portugal y el plumón de ganso de Liechtenstein.
“Los materiales están sujetos a aranceles como todo lo demás. Los beneficios simplemente no se materializan”, lamenta Matouk, quien se ha visto obligado a reducir inversiones en maquinaria y marketing, a pesar de haber apostado por producir localmente.
Lo paradójico es que empresas como Matouk, que representan el ideal del “Hecho en EE.UU.” que Trump prometía proteger, se han convertido en víctimas directas de las políticas diseñadas para beneficiarlas.
Un equilibrio difícil: entre la ideología y la realidad económica
Los defensores del proteccionismo argumentan que los aranceles pueden equilibrar la balanza comercial y fortalecer la producción nacional. No obstante, los estudios sobre su aplicación muestran un patrón recurrente: por cada empleo salvado en industrias protegidas, se pierden varios más en las que dependen de insumos importados.
El empresario Mike van der Sleesen, dueño de Vanson Leathers, lo vive en carne propia. Su compañía, dedicada a fabricar chaquetas de cuero para motociclistas, ha sufrido un aumento del 15% en los costos operativos durante el último año. Aunque votó por Trump, reconoce que la medida ha sido “un camino comercial desigual e injusto”.
Aun así, Van der Sleesen mantiene la esperanza de que el tiempo demuestre algún beneficio, especialmente tras detectar un ligero repunte en la actividad de sus proveedores locales. Pero incluso ese optimismo viene acompañado de cautela: “Es difícil tener la certeza de cómo resultará todo, porque los cambios han sido muy drásticos”.
Entre la paciencia y la decepción
En las calles de Fall River, algunos seguidores de Trump aún conservan la fe. Consideran que el proceso de recuperación será lento, pero necesario para que Estados Unidos vuelva a ser una potencia manufacturera. Otros, en cambio, empiezan a notar los efectos silenciosos del encarecimiento: precios más altos, inversiones congeladas y una competencia internacional que no se detiene.
“Los aranceles son una mala política y, a la larga, nos traerán problemas.” — Frank Teixeira, Accurate Services Inc.
Mientras tanto, las cifras económicas evidencian que el proteccionismo no ha generado el auge prometido. Las cadenas de suministro globales se han vuelto más costosas y fragmentadas, afectando tanto a pequeños talleres como a medianas industrias que dependen de componentes extranjeros.
Limitaciones con la aplicación de los aranceles
La historia de los Teixeira, de Matouk y de tantos otros empresarios refleja el dilema de una economía atrapada entre la nostalgia industrial y la complejidad del comercio global contemporáneo.
Las políticas arancelarias de Trump, concebidas para devolver el esplendor a la manufactura estadounidense, han terminado mostrando sus límites estructurales: los costos suben, la competitividad baja y la incertidumbre se instala.
En un mundo interconectado, cerrar las fronteras económicas no garantiza prosperidad. Por el contrario, puede convertirse en una barrera que frena la innovación, el empleo y la confianza empresarial.
El verdadero desafío no está en imponer muros comerciales, sino en construir estrategias sostenibles que equilibren la producción local con la integración global, asegurando que el “Made in America” no sea solo un lema político, sino una realidad económicamente viable.