Coyuntura

China y su estrategia silenciosa: cómo una apuesta educativa de décadas la posicionó como potencia en inteligencia artificial

Durante años, China fue conocida principalmente como el motor manufacturero del mundo. Sin embargo, en paralelo a esa imagen industrial, se gestaba silenciosamente una transformación que hoy redefine su rol en el escenario global: la formación masiva de ingenieros especializados en ciencia, tecnología, ingeniería y matemáticas (STEM). Cuatro décadas después de una ambiciosa reforma educativa, los frutos de esa inversión son evidentes. China no solo lidera en número de graduados técnicos, sino que también ha consolidado una cantera de talento en inteligencia artificial (IA) que está redefiniendo la competencia tecnológica con Estados Unidos.

La revolución comenzó tras la muerte de Mao Zedong y la llegada de Deng Xiaoping, quien apostó por modernizar al país en cuatro áreas estratégicas, incluida la educación científica. Bajo la consigna de que «la ciencia y la tecnología son las principales fuerzas productivas», se inició un plan estructural a largo plazo para transformar el sistema educativo. A partir de los años 80, China no solo restableció universidades de élite, sino que también envió a miles de estudiantes a capacitarse en instituciones extranjeras. Este fenómeno, conocido como hai gui (“tortugas marinas”), permitió que estos jóvenes, al regresar, introdujeran estándares académicos globales en su país de origen, elevando significativamente la calidad de la educación superior china.

Universidades como Tsinghua ya superan a Stanford y MIT en publicaciones científicas de alto impacto.

China no escatimó recursos. Durante más de dos décadas ha mantenido su gasto educativo por encima del 4% del PIB. Hoy, las universidades chinas producen cerca de 3,57 millones de graduados STEM al año, una cifra que cuadruplica a la de Estados Unidos. Iniciativas como el Project 211 y posteriormente el programa Double First-Class promovieron la excelencia académica y técnica de unas 140 universidades, elevándolas a estándares competitivos a nivel mundial. La Universidad de Tsinghua, por ejemplo, ha superado incluso a Stanford y al MIT en producción de publicaciones científicas relevantes entre 2013 y 2016.

Los incentivos también han sido clave: los académicos chinos pueden recibir sumas de hasta 100.000 dólares por investigaciones publicadas en revistas de alto impacto. Esta estrategia ha convertido a las universidades chinas no solo en centros de formación, sino en generadoras de conocimiento de vanguardia.

China produce 3,57 millones de graduados STEM al año, cuatro veces más que Estados Unidos.

A medida que el mundo gira hacia la automatización y la IA, China ha adaptado rápidamente su sistema educativo para preparar a su población en estas áreas clave. Desde 2012 hasta 2022, el presupuesto gubernamental en educación se duplicó, y muchas universidades han comenzado a incluir cursos de IA incluso en niveles escolares. El objetivo es claro: posicionarse como líder global en inteligencia artificial.

Y los resultados son palpables. Ingenieros como Jiahui Yu, Shengjia Zhao, Shuchao Bi y Hongyu Ren, todos formados en universidades chinas y luego doctorados en instituciones estadounidenses como Stanford, Berkeley o Illinois, son ahora piezas clave en el desarrollo de modelos de IA avanzados como GPT-4.1 y GPT-4o. De hecho, Meta recientemente “fichó” a varios de ellos tras su paso por OpenAI, lo que demuestra el alto valor de este talento en el mercado tecnológico global.

El 38% de los expertos en IA que trabajan en EE.UU. se formaron en universidades chinas.

Irónicamente, mientras China cultiva y exporta talento, Estados Unidos se ha beneficiado enormemente de estos perfiles altamente cualificados. El 38% de los expertos en IA que trabajan en EE.UU. se formaron inicialmente en China, según el Instituto Paulson. Además, los estudiantes chinos representan el 20% de todos los estudiantes internacionales en universidades estadounidenses, una cifra que podría verse amenazada por las recientes medidas restrictivas impulsadas por el expresidente Donald Trump, quien propuso revocar visados de estudiantes chinos en nombre de la seguridad nacional.

Medidas como estas no solo podrían frenar la cooperación académica internacional, sino también debilitar la base de talento que ha permitido a Estados Unidos liderar la innovación en IA durante años. En un contexto donde la competencia tecnológica es estratégica, cerrarse al talento extranjero podría resultar contraproducente.

El ascenso de China como potencia tecnológica no ha sido una casualidad, sino el resultado de una política educativa ambiciosa, sistemática y a largo plazo. Mientras muchos países priorizan soluciones inmediatas, China ha demostrado que invertir sostenidamente en educación técnica, fomentar el retorno del talento y alinear la formación académica con los objetivos estratégicos del país puede ser la clave para liderar el futuro.

La carrera por la inteligencia artificial ya no se libra únicamente en los laboratorios de Silicon Valley, sino también en los campus de Tsinghua, Pekín y Zhejiang. Y si el mundo desea competir con China, deberá empezar por donde ella comenzó: en las aulas.

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