La herencia energética de Rodrigo Paz: subsidios que amenazan la estabilidad fiscal de Bolivia

El nuevo presidente de Bolivia, Rodrigo Paz, asume el poder con una carga que va más allá de lo político: un sistema energético profundamente desequilibrado. Detrás de los discursos sobre soberanía y autosuficiencia, el país enfrenta una realidad alarmante. Los subsidios a los combustibles, que en 2024 superaron los Bs 11.700 millones, se han convertido en una bomba de tiempo que erosiona las finanzas públicas y deja a Yacimientos Petrolíferos Fiscales Bolivianos (YPFB) al borde de la asfixia económica.
Aunque los reportes oficiales de la estatal petrolera muestran utilidades netas positivas, el panorama interno revela una verdad incómoda: cada litro de combustible vendido dentro del país genera pérdidas millonarias. El reto de Paz no será solo político o diplomático, sino eminentemente estructural: cómo mantener la estabilidad económica sin colapsar el sistema de subsidios que sostiene artificialmente los precios energéticos.
Una ganancia aparente que oculta un déficit estructural
Según el último informe financiero de YPFB, la empresa cerró 2024 con una utilidad neta de Bs 1.093 millones, más del doble que el año anterior. Sin embargo, ese dato es solo la superficie de un iceberg. Las operaciones internas registraron pérdidas equivalentes a Bs 11.711 millones, lo que demuestra que la rentabilidad proviene únicamente de ajustes contables y no de una gestión eficiente.
Rodrigo Paz enfrenta un desafío que trasciende lo económico: redefinir la política energética de Bolivia sin romper el delicado equilibrio social que sostienen los subsidios.
La causa principal es un esquema de precios congelados que obliga al Estado a subsidiar el diésel, la gasolina y el GLP a niveles insostenibles. Solo el subsidio al diésel importado representó Bs 6.357 millones en 2024, mientras que los gastos por insumos y aditivos aumentaron hasta Bs 5.145 millones. En conjunto, estos montos equivalen a más de la mitad del presupuesto del Ministerio de Educación y a tres veces lo que Bolivia invierte en salud pública.
El problema no se limita al mercado interno. Las exportaciones de gas natural, tradicionalmente el pilar de las finanzas nacionales, también sufrieron un desplome: sus ingresos cayeron un 18,7%, y las utilidades derivadas de estas ventas se redujeron en más del 40%. Con la producción de gas en declive y los contratos internacionales menos rentables, YPFB ha perdido su capacidad de generar divisas que compensen el costo de los subsidios.
La caída productiva y el dilema energético
El economista Raúl Velásquez, de la Fundación Jubileo, estima que la producción de gas natural ha caído un 54% en la última década. Esto significa que Bolivia hoy produce apenas la mitad del gas que generaba en 2014. Cerca del 50% de esa producción se destina al consumo interno, donde se vende a un precio promedio de 1,30 dólares por millón de BTU, frente a los 6,40 dólares que se obtienen por la exportación.
Esta brecha refleja una distorsión profunda: el gas boliviano se vende dentro del país a menos de una cuarta parte de su valor real. De mantenerse la tendencia, los analistas advierten que Bolivia podría verse obligada a importar GLP en 2026 y gas natural en 2028, lo que convertiría el actual subsidio en una carga doble —financiera y energética— para el Estado.
Velásquez considera que el modelo actual es una consecuencia directa del rentismo energético que marcó la política boliviana desde principios de siglo. Las presiones sociales posteriores a la “Guerra del Gas” de 2003 consolidaron un sistema en el que el precio político del combustible es más importante que su costo real. Sin embargo, ese enfoque ya no es sostenible. Si se eliminara el subsidio al GLP, por ejemplo, una garrafa de Bs 22,50 podría pasar a costar Bs 170, una cifra impagable para la mayoría de los hogares.
El costo político de una empresa debilitada
El exministro de Hidrocarburos Álvaro Ríos ha sido tajante: “YPFB está prácticamente quebrada”. Según sus declaraciones, la estatal fue gestionada durante años como un instrumento político más que como una empresa productiva. Con más de 8.000 empleados y varias subsidiarias ineficientes, YPFB arrastra una estructura sobredimensionada que devora recursos.
Ríos cita ejemplos concretos, como la planta de urea de Bulo Bulo, que ha operado de forma intermitente y depende de un suministro de gas cada vez más escaso. Para el exministro, el problema no es coyuntural, sino estructural: la falta de exploración, la corrupción y el uso político de la empresa han minado su sostenibilidad.
Por su parte, el expresidente Luis Arce defendió su gestión, afirmando que durante su mandato se ejecutaron 54 proyectos de exploración, de los cuales 18 tuvieron éxito, con descubrimientos en Mayaya (La Paz), Churuma y Los Monos (Tarija). No obstante, estos avances resultan insuficientes frente al ritmo de declinación de los megacampos y la creciente necesidad de importar combustibles.
Desafíos para Paz
Rodrigo Paz enfrenta un desafío que trasciende lo económico: redefinir la política energética de Bolivia sin romper el delicado equilibrio social que sostienen los subsidios. Las cifras son contundentes —más de Bs 11.000 millones anuales evaporados en subvenciones— y la tendencia productiva no augura mejoras a corto plazo.
Los subsidios a los combustibles, que en 2024 superaron los Bs 11.700 millones, se han convertido en una bomba de tiempo que erosiona las finanzas públicas.
La solución pasa por una reforma estructural de YPFB, la liberalización parcial de importaciones, y sobre todo, la atracción de inversión privada de riesgo que permita explorar nuevos yacimientos. La nueva Ley de Hidrocarburos deberá equilibrar competitividad e inclusión, garantizando precios accesibles sin comprometer las finanzas nacionales.
Si el nuevo gobierno logra convertir la crisis en oportunidad, Bolivia podría pasar de ser un país dependiente del subsidio a un modelo de desarrollo energético sostenible. Pero si se mantiene el inmovilismo, la “bomba de tiempo” heredada podría explotar más pronto de lo que el país imagina.
