Pepe Mujica: El líder austero que redefinió el poder desde la humildad

Por Magazine Management
Montevideo, una mañana cualquiera de 2013. Un hombre con ropa sencilla, sandalias gastadas y sin escoltas, conduce su viejo Volkswagen Fusca celeste rumbo al Palacio Legislativo. Es el presidente de la República. Mientras las cámaras internacionales enfocan a los líderes mundiales con trajes de diseño y discursos coreografiados, José Mujica baja del auto, saluda a los transeúntes y cruza la calle como cualquier ciudadano. Esa escena no era parte de una campaña política; era su vida diaria. Y fue así como comenzó a cambiar la forma en que América Latina entiende el poder.
José “Pepe” Mujica, quien falleció el 13 de mayo de 2025 a los 89 años, dejó una huella política, humana y ética que trasciende ideologías. Su legado no se mide únicamente en reformas o cifras económicas, sino en la fuerza simbólica de sus decisiones y la coherencia entre su discurso y su estilo de vida. Desde una celda de aislamiento durante 14 años hasta el sillón presidencial, Mujica representó una transformación radical que desafió los moldes tradicionales del liderazgo político y empresarial.
Del fusil al micrófono: la reinvención del guerrillero
Nacido en 1935, Mujica fue parte del Movimiento de Liberación Nacional-Tupamaros, un grupo de izquierda radical que buscaba cambiar el sistema por la vía armada. Tras la dictadura militar, emergió como un político dispuesto a construir dentro del sistema lo que antes buscó derribar. Ese paso de combatiente a senador, ministro y luego presidente, no fue solo una transición de roles: fue una evolución filosófica.
Durante su presidencia (2010-2015), lejos de apelar al populismo grandilocuente o la polarización mediática, Mujica apostó por el consenso, la austeridad y el sentido común. Donaba el 90% de su salario y vivía en su modesta chacra, con su esposa, la también exsenadora Lucía Topolansky. En palabras suyas: “No soy pobre, tengo pocas cosas, pero las necesarias. No vivo con pobreza, vivo con austeridad.”
Reformas que marcaron época
Entre sus hitos más notables está la legalización del aborto, aprobada en 2012. Mujica no lo presentó como una bandera ideológica, sino como un acto de realismo sanitario y justicia social. Gracias a esta reforma, Uruguay experimentó una drástica disminución en la mortalidad materna: de 25 muertes por cada 100.000 nacimientos en 1999 a 14 en 2015. Más allá de cifras, este cambio implicó salvar vidas y devolver dignidad a miles de mujeres.
“No soy pobre, tengo pocas cosas, pero las necesarias. No vivo con pobreza, vivo con austeridad.”
Otro punto de inflexión fue la legalización del matrimonio igualitario en 2013, posicionando a Uruguay como pionero en derechos civiles en América Latina. Mientras otros países debatían con fervor, Mujica lo zanjó con claridad: “El amor es un derecho humano. No podemos legislar en contra del amor.”
Además, impulsó una regulación única en el mundo: la legalización de la marihuana. Su enfoque no fue liberal ni comercial, sino de salud pública y seguridad. El Estado asumió el control de la producción y distribución, cortando el circuito del narcotráfico y generando un modelo observado por Europa y Norteamérica.
Un legado regional y empresarial con lecciones de fondo
Más allá de sus reformas, Mujica dejó enseñanzas profundas para líderes, empresarios y emprendedores. Su figura demostró que el liderazgo basado en valores puede generar impacto sostenible. En tiempos donde la desconfianza hacia las instituciones crece, su autenticidad funcionó como antídoto ante el cinismo político y empresarial.
“El desarrollo no puede ser en contra de la felicidad. Tiene que ser a favor de la vida humana.”
En el mundo corporativo, donde la ética suele estar subordinada al margen de ganancia, Mujica proponía un cambio de paradigma. Sus discursos, citados en foros de negocios y universidades, cuestionaban el modelo de consumo como sinónimo de bienestar. “El desarrollo no puede ser en contra de la felicidad. Tiene que ser a favor de la vida humana”, dijo una vez ante Naciones Unidas.
Para muchos, su estilo era “anticuado”; para otros, visionario. En una era de líderes digitales y CEOs influencers, su mensaje sigue resonando como un llamado a liderar con conciencia social y responsabilidad intergeneracional.
¿Qué puede aprender el mundo empresarial del “presidente más pobre”?
Mucho más de lo que parece. Mujica demostró que los intangibles —la reputación, la coherencia, la empatía— pueden generar más impacto que cualquier campaña millonaria. En un mundo donde la transparencia es clave y las nuevas generaciones exigen propósito, su ejemplo representa un modelo poderoso: el del líder que no se olvida de su gente ni de su historia.
Para los líderes empresariales, Mujica deja tres lecciones accionables:
- Autenticidad radical: no se trata solo de decir, sino de vivir lo que se predica.
- Responsabilidad social real: las decisiones deben considerar su impacto humano antes que su retorno financiero inmediato.
- Simplicidad como estrategia: en un entorno saturado de mensajes, lo simple, directo y humano resuena más que lo complejo.
Reflexión final: Un legado que incomoda e inspira
Mujica no fue perfecto. Pero su figura obliga a todos —políticos, empresarios y ciudadanos— a hacerse una pregunta incómoda: ¿cómo estamos ejerciendo nuestro poder? Su vida fue una protesta silenciosa contra el ego, el lujo innecesario y la desconexión entre el discurso y la acción.
En un mundo que busca líderes con propósito, Mujica no solo deja una biografía impresionante. Deja una brújula.