Coyuntura

Bolivia entre la soberanía digital y el acceso a internet: ¿avance o retroceso?

En una era donde la conectividad digital marca la diferencia entre la inclusión y el rezago, Bolivia ha tomado una decisión que ha generado tanto desconcierto como debate. A pesar de contar con una de las conexiones a internet más lentas de Sudamérica, el país ha rechazado la entrada de Starlink, el innovador servicio de internet satelital impulsado por Elon Musk. En su lugar, el gobierno boliviano ha optado por seguir apostando por su veterano satélite Túpac Katari, lanzado hace más de una década con tecnología china. Esta postura, que privilegia la soberanía tecnológica sobre la inmediatez de la mejora en conectividad, plantea interrogantes profundos sobre el rumbo digital del país.

La negativa a otorgar una licencia de operación a Starlink ocurre en un contexto nacional en el que la brecha digital es evidente. En Bolivia, cargar una página web puede tomar minutos, y en muchas zonas rurales los ciudadanos aún deben subir a los árboles para captar una señal móvil decente. A pesar de esta situación crítica, las autoridades bolivianas han preferido mantener su dependencia del satélite Túpac Katari, que ya bordea los límites de su vida útil con apenas tres años de combustible restante.

Starlink tiene superioridad tecnológica, pero no puede entrar sin reglas claras, advirtió la Agencia Boliviana Espacial.

Esta decisión ha sido justificada con argumentos de defensa de la soberanía nacional. Según Iván Zambrana, director de la Agencia Boliviana Espacial, permitir el ingreso de Starlink sin una regulación clara representaría un riesgo, ya que la empresa norteamericana cuenta con una ventaja tecnológica abrumadora y podría imponer condiciones comerciales desiguales. En otras palabras, abrirle la puerta a Musk significaría perder el control sobre una infraestructura crítica para el país: su comunicación digital.

El dilema se agrava si se toma en cuenta que países vecinos como Brasil, Perú y Chile han optado por integrar el servicio de Starlink, ampliando de forma acelerada el acceso a internet en áreas remotas. Esta disparidad podría aumentar aún más la desigualdad tecnológica regional y limitar las oportunidades para millones de bolivianos, especialmente en educación, salud y gestión de emergencias, donde el acceso a internet se ha vuelto esencial.

Bolivia tiene el internet más lento de Sudamérica, pero aún así rechazó el ingreso de Starlink.

La postura boliviana, aunque defendida con tintes patrióticos, no está exenta de riesgos. El Túpac Katari, al borde de su obsolescencia, no podrá competir por mucho tiempo con las nuevas tecnologías de órbita baja que ofrecen mayor velocidad, menor latencia y una cobertura más estable. En este sentido, la apuesta gubernamental se presenta más como una decisión política que como una estrategia de desarrollo a largo plazo.

El rechazo de Bolivia a Starlink simboliza un dilema más amplio entre mantener el control soberano sobre las telecomunicaciones o integrarse a un ecosistema global de conectividad liderado por actores privados con gran influencia. Aunque la defensa de la soberanía digital es comprensible —y necesaria en un mundo donde los datos se han convertido en un recurso geopolítico—, cerrar la puerta a soluciones tecnológicas más eficientes podría significar un retroceso para un país que necesita urgentemente reducir su brecha digital.

A medida que el Túpac Katari se acerca a su final operativo, Bolivia tendrá que repensar su estrategia digital. Tal vez el futuro no esté en rechazar por completo a los gigantes tecnológicos, sino en negociar acuerdos equilibrados que garanticen tanto conectividad de calidad como autonomía nacional. Porque, en el siglo XXI, tener internet no es un lujo ni una concesión, sino un derecho fundamental para el desarrollo.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *